Hace tanto tiempo que no escribo…
y han sucedido tantas cosas… Ayer releía la última entrada que escribí, hace
casi ya un año, y llegué a la conclusión que hay veces en que uno parece marcar
un camino profético con sus palabras, casi sin saberlo.
Siguiendo la ley del flujo, los vaivenes de la vida me han llevado a un sinfín
de cambios que han puesto mi vida, nuestra vida, patas arriba. En apenas un año, he sido madre, mi padre ha faltado,
he hecho dos mudanzas y todo el mundo a mi alrededor parece haber perdido la
razón.
Creo que entrar, uno por uno, con
detalle, en lo que han supuesto cada uno de estos cambios en mi vida, exigiría
de otro escrito a parte. Sin embargo, y a pesar de lo dispar de cada una de las
experiencias que he vivido, todas tienen algo en común y un punto sobre el cual
me gustaría reflexionar: qué sucede cuando todo nuestro mundo, y las
estructuras que lo sostienen, se derrumban de repente.
Mi padre y mi
hija, por desgracia, coincidieron en este mundo apenas nueve días. Hace casi un
año, cuando escribía a bordo del Valparaíso mis últimas palabras, Marina
(nuestra hijita), sin nosotros saberlo, ya nos acompañaba y mi padre, sin él
saberlo, ya estaba enfermo, gravemente enfermo. El viaje de ensueño a bordo del
Valparaíso llegó a su fin al terminar el verano… y mi vida, tal y cómo la había
concebido hasta entonces, empezó a desmoronarse cuando mis pies tocaron tierra.
Abuelo y nieta siguieron un proceso paralelo pero en direcciones opuestas: mes
a mes, desde que mis pies tocaron tierra, Marina iba prendiendo chispitas de
vida y mi padre las iba perdiendo… y así hasta que el doloroso final y el feliz
comienzo coincidieron en el tiempo.
No sé a
cuántas personas les habrá sucedido esto, pero vivir de manera simultánea las
dos caras de la moneda le cambia a uno la manera de ver el mundo. ¿Se puede
sentir dolor y alegría a la vez? Cuando vives la maravillosa experiencia de
tener en tus brazos a tu hija recién nacida y, unos días después, tu padre se
marcha para siempre cogido de tu mano, te das cuenta, realmente, de lo que es
la vida. Principio y fin, alegría extrema y dolor extremo, ilusión y
desesperanza, lágrimas dulces y lágrimas amargas… Tanto lo uno como lo otro nos
pertenece, nos sucede y es parte del
camino. Así es.
Los meses van
pasando, las huellas del dolor poco a poco se van difuminando y se endulzan
cada día con la alegría de ver crecer a nuestra hija y la ilusión de construir
una nueva familia que apenas acaba de empezar su camino. Todo lo ocurrido me ha
servido para redescubrirme a mi misma en múltiples sentidos: como hija, como
madre, como pareja y como Ali a secas.
El puzzle que se hizo trizas, ahora tiene que recomponerse de nuevo, esta vez
encajando nuevas piezas, nuevas y bonitas piezas. Siento, cada vez más, que una
etapa de mi vida ha llegado a su fin. El hecho de que lo haya hecho de manera
brusca y dolorosa, me ha ayudado a mirarme de otra manera, no ya desde los ojos de las
inseguridades y la duda sino desde la perspectiva de la fortaleza y la fe en la
vida.
Muy bonitas tus palabras.
ResponderEliminarUn gran saludo...