Tengo la sensación de haberme bajado de un tren -perdón, un barco- en marcha y no sé cómo volver a subirme. Antes de perder el rumbo, mi barco (mi vida) acababa de soltar amarras y en su horizonte aparecía, cada vez más cerca, un lugar llamado Libertad. A bordo del Valparaíso, por un momento creí, soñé y sentí que las cosas podían ser diferentes, que podía desprenderme de todo aquello que había estado pesando en mi vida a lo largo de los últimos años.
Como siempre (y escribo esto con una sonrisa en los labios), cuando ya creía tener aprendida la lección, la vida me dio un revés -o dos- para ponerme a prueba y, de paso, cuestionar todo aquello que ya creía haber aprendido o superado.
Los últimos ocho meses han sido agridulces y contradictorios. El nacimiento de mi hija y la partida de mi padre han desajustado todo de tal manera, que todavía sigo haciendo esfuerzos para digerir todo lo que ha sucedido, para reubicarme y para saber quién soy ahora y lo que deseo en esta etapa de mi vida.
El Valparaíso se fue, como tantas otras cosas a las que amaba... Pero llegó Al vent, más grande, con más posibilidades... Al vent, todavía no puede navegar como el Valparaíso: hay que cambiar la jarcia, las velas y ponerlo a punto. Es un barco fuerte, robusto, rápido, bonito en potencia... pero todavía le queda un gran trabajo por hacer para poder volar.
Mi padre se fue y era una de las personas a las que más amaba... Pero llegó Marina, la personita a la que más amo en este mundo por encima de todas las cosas. En mi vida de antes, con las circunstancias de antes, había aprendido a desprenderme, a vivir y a ser yo misma. En mi vida de ahora, y con las circunstancias de ahora, todavía estoy en la puesta a punto.
Como en todo proceso de preparación, hay días que resultan duros, cansados y nostálgicos. Sin embargo, cuando el optimismo me lo permite, veo tantas posibilidades, tanto potencial... Me gustaría pensar que esta nueva etapa que estoy viviendo es como Al vent: en reconstrución, pero mucho más rica, amplia y con muchos más matices de felicidad que la anterior.
sábado, 23 de noviembre de 2013
viernes, 12 de julio de 2013
Reflexión
La vida desde
el otro lado del cristal parece distinta. Cuando los prejuicios se desvanecen,
las pupilas vibran distinto al contemplar el mundo. Las cosas materiales no son
tan sólidas, las apariencias no son tan aparentes y lo sutil cobra
protagonismo.
La vida desde
el otro lado del cristal es tan distinta… Si te miro, si te miro de verdad,
comprendo quién eres en un solo instante, por encima de tu pelo, tu color de
ojos, tu vestimenta y tu pose ante el mundo. Si contemplo (si los contemplo de
verdad) el mar, los árboles, la luna, el sol y las estrellas, me hago uno con
ellos, me diluyo en el agradable fluir del Universo, y mi “yo” se empequeñece y
engrandece a la vez.
La vida desde
el otro lado del cristal es tan distinta,,, Pero qué difícil es, a veces, romper
el dichoso cristal.
domingo, 7 de julio de 2013
Así es la vida
Hace tanto tiempo que no escribo…
y han sucedido tantas cosas… Ayer releía la última entrada que escribí, hace
casi ya un año, y llegué a la conclusión que hay veces en que uno parece marcar
un camino profético con sus palabras, casi sin saberlo.
Siguiendo la ley del flujo, los vaivenes de la vida me han llevado a un sinfín
de cambios que han puesto mi vida, nuestra vida, patas arriba. En apenas un año, he sido madre, mi padre ha faltado,
he hecho dos mudanzas y todo el mundo a mi alrededor parece haber perdido la
razón.
Creo que entrar, uno por uno, con
detalle, en lo que han supuesto cada uno de estos cambios en mi vida, exigiría
de otro escrito a parte. Sin embargo, y a pesar de lo dispar de cada una de las
experiencias que he vivido, todas tienen algo en común y un punto sobre el cual
me gustaría reflexionar: qué sucede cuando todo nuestro mundo, y las
estructuras que lo sostienen, se derrumban de repente.
Mi padre y mi
hija, por desgracia, coincidieron en este mundo apenas nueve días. Hace casi un
año, cuando escribía a bordo del Valparaíso mis últimas palabras, Marina
(nuestra hijita), sin nosotros saberlo, ya nos acompañaba y mi padre, sin él
saberlo, ya estaba enfermo, gravemente enfermo. El viaje de ensueño a bordo del
Valparaíso llegó a su fin al terminar el verano… y mi vida, tal y cómo la había
concebido hasta entonces, empezó a desmoronarse cuando mis pies tocaron tierra.
Abuelo y nieta siguieron un proceso paralelo pero en direcciones opuestas: mes
a mes, desde que mis pies tocaron tierra, Marina iba prendiendo chispitas de
vida y mi padre las iba perdiendo… y así hasta que el doloroso final y el feliz
comienzo coincidieron en el tiempo.
No sé a
cuántas personas les habrá sucedido esto, pero vivir de manera simultánea las
dos caras de la moneda le cambia a uno la manera de ver el mundo. ¿Se puede
sentir dolor y alegría a la vez? Cuando vives la maravillosa experiencia de
tener en tus brazos a tu hija recién nacida y, unos días después, tu padre se
marcha para siempre cogido de tu mano, te das cuenta, realmente, de lo que es
la vida. Principio y fin, alegría extrema y dolor extremo, ilusión y
desesperanza, lágrimas dulces y lágrimas amargas… Tanto lo uno como lo otro nos
pertenece, nos sucede y es parte del
camino. Así es.
Los meses van
pasando, las huellas del dolor poco a poco se van difuminando y se endulzan
cada día con la alegría de ver crecer a nuestra hija y la ilusión de construir
una nueva familia que apenas acaba de empezar su camino. Todo lo ocurrido me ha
servido para redescubrirme a mi misma en múltiples sentidos: como hija, como
madre, como pareja y como Ali a secas.
El puzzle que se hizo trizas, ahora tiene que recomponerse de nuevo, esta vez
encajando nuevas piezas, nuevas y bonitas piezas. Siento, cada vez más, que una
etapa de mi vida ha llegado a su fin. El hecho de que lo haya hecho de manera
brusca y dolorosa, me ha ayudado a mirarme de otra manera, no ya desde los ojos de las
inseguridades y la duda sino desde la perspectiva de la fortaleza y la fe en la
vida.
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