viernes, 12 de julio de 2013

Reflexión



La vida desde el otro lado del cristal parece distinta. Cuando los prejuicios se desvanecen, las pupilas vibran distinto al contemplar el mundo. Las cosas materiales no son tan sólidas, las apariencias no son tan aparentes y lo sutil cobra protagonismo.
La vida desde el otro lado del cristal es tan distinta… Si te miro, si te miro de verdad, comprendo quién eres en un solo instante, por encima de tu pelo, tu color de ojos, tu vestimenta y tu pose ante el mundo. Si contemplo (si los contemplo de verdad) el mar, los árboles, la luna, el sol y las estrellas, me hago uno con ellos, me diluyo en el agradable fluir del Universo, y mi “yo” se empequeñece y engrandece a la vez.
La vida desde el otro lado del cristal es tan distinta,,, Pero qué difícil es, a veces, romper el dichoso cristal.

domingo, 7 de julio de 2013

Así es la vida



Hace tanto tiempo que no escribo… y han sucedido tantas cosas… Ayer releía la última entrada que escribí, hace casi ya un año, y llegué a la conclusión que hay veces en que uno parece marcar un camino profético con sus palabras, casi sin saberlo.
Siguiendo la ley del flujo, los vaivenes de la vida me han llevado a un sinfín de cambios que han puesto mi vida, nuestra vida, patas arriba. En apenas un año, he sido madre, mi padre ha faltado, he hecho dos mudanzas y todo el mundo a mi alrededor parece haber perdido la razón.
Creo que entrar, uno por uno, con detalle, en lo que han supuesto cada uno de estos cambios en mi vida, exigiría de otro escrito a parte. Sin embargo, y a pesar de lo dispar de cada una de las experiencias que he vivido, todas tienen algo en común y un punto sobre el cual me gustaría reflexionar: qué sucede cuando todo nuestro mundo, y las estructuras que lo sostienen, se derrumban de repente.
Mi padre y mi hija, por desgracia, coincidieron en este mundo apenas nueve días. Hace casi un año, cuando escribía a bordo del Valparaíso mis últimas palabras, Marina (nuestra hijita), sin nosotros saberlo, ya nos acompañaba y mi padre, sin él saberlo, ya estaba enfermo, gravemente enfermo. El viaje de ensueño a bordo del Valparaíso llegó a su fin al terminar el verano… y mi vida, tal y cómo la había concebido hasta entonces, empezó a desmoronarse cuando mis pies tocaron tierra. Abuelo y nieta siguieron un proceso paralelo pero en direcciones opuestas: mes a mes, desde que mis pies tocaron tierra, Marina iba prendiendo chispitas de vida y mi padre las iba perdiendo… y así hasta que el doloroso final y el feliz comienzo coincidieron en el tiempo.
No sé a cuántas personas les habrá sucedido esto, pero vivir de manera simultánea las dos caras de la moneda le cambia a uno la manera de ver el mundo. ¿Se puede sentir dolor y alegría a la vez? Cuando vives la maravillosa experiencia de tener en tus brazos a tu hija recién nacida y, unos días después, tu padre se marcha para siempre cogido de tu mano, te das cuenta, realmente, de lo que es la vida. Principio y fin, alegría extrema y dolor extremo, ilusión y desesperanza, lágrimas dulces y lágrimas amargas… Tanto lo uno como lo otro nos pertenece, nos sucede y es parte del camino. Así es.
Los meses van pasando, las huellas del dolor poco a poco se van difuminando y se endulzan cada día con la alegría de ver crecer a nuestra hija y la ilusión de construir una nueva familia que apenas acaba de empezar su camino. Todo lo ocurrido me ha servido para redescubrirme a mi misma en múltiples sentidos: como hija, como madre, como pareja y como Ali a secas. El puzzle que se hizo trizas, ahora tiene que recomponerse de nuevo, esta vez encajando nuevas piezas, nuevas y bonitas piezas. Siento, cada vez más, que una etapa de mi vida ha llegado a su fin. El hecho de que lo haya hecho de manera brusca y dolorosa, me ha ayudado a mirarme  de otra manera, no ya desde los ojos de las inseguridades y la duda sino desde la perspectiva de la fortaleza y la fe en la vida.